Este texto corresponde al Taller Virtual de Cuentos Breves “Te cuento, me cuento en tiempos de Coronavirus”
Él no podía ser más feliz en la playa con su familia, entre risas fáciles se sentía en el cielo, giró su cabeza para observar la acuarela en la que se había convertido el paisaje, un sol radiante escondiéndose, las rocas contra las que chocaban las olas, antes de llegar a la costa.
Un violento sonido lo despertó.
A duras penas se sentó en la cama, se frotaba los ojos mientras su mente se resistía a abandonar el atisbo de aquel sueño. Observó la pantalla de su celular, 04:55 decía el chisme, demasiado tarde como para retomar el sueño, pensó en tirarse a la cama y dejarlo todo, buscar un nuevo futuro en otro horizonte, pero tenía a su familia.
El tortuoso ritual se repetía cada mañana, poner el agua a calentar, entrar al baño, asearse y vestirse, unos mates o un café, cargar la matula, abrir la puerta donde sus “zapatones” lo esperan en el otro lado, mochila al hombro salir caminando raudamente para esperar el transporte.
Esta mañana en particular todo se había tornado más pesado, la llovizna era suave, pero le molestaban las gotas que se desprendían de la solapa de su piloto, extrañando su viejo paraguas, roto y tirado en algún rincón de la casa, era difícil caminar en el empedrado con aquellos gastados de tanto andar; su paso era lento y de repente pensó :
-Uff, ¿y si se me pasa el cole?
-Que pase, así no voy nada.
Sonrió; mientras conversaba solo. Llegó hasta la esquina y se apoyó contra una pared para evitar el viento frio. Un trueno anunció que aumentaba la intensidad de la lluvia, y en ese momento se sintió asqueado, simplemente asqueado de todo. El colectivo llegó y se puso el barbijo antes ; al subir nadie saludaba, multitud de cuerpos moviéndose en silencio, llegar y formar una larga fila con distancia de dos metros, control de temperatura, alcohol en gel y baño de desinfección.
Sonó la sirena, se apuró para ponerse los elementos de protección, habían quedado atrás las charla entre mates con los compañeros, del fútbol del domingo o de la situación del país. Se quedó observando la sierra de la máquina antes que otra sirena indique el inicio de las actividades; el hierro furioso semejante a un sol impoluto, en un instante giró y se convirtió en un trompo infernal, castigo en vida para los desafortunados.
Le cuesta respirar con el barbijo, cada vez que puede mira a su alrededor para cerciorarse que ningún supervisor lo esté vigilando, saca su nariz al descubierto y espera que se desempañen los anteojos de seguridad, un tablón cayó sonoramente exigiendo ser apilado, dos o tres mil mas llegarán en una eterna danza de dos pasos.
La jornada terminó. Sucio y cansado llegó a su hogar ya cerca de la noche, no tuvo mucho tiempo para disfrutar, un abrazo instantáneo a sus hijos, y un par de palabras con su esposa, los dolores del cuerpo le exigían descansar, y le recuerdan que lo mismo ocurrirá el día siguiente.
De regreso a su cama, miró el techo de chapa vieja y gastada, mientras un vacío en su alma se convertía en una vertiente de frustración ¿a quién le importa la vida de un obrero?, llegan a su cabeza, los “peros”, “tal vez” y los dolorosos “casi”.
Antes de dormirse disparó un suspiro, cerró los ojos y fue, en busca de ese sueño que reconforte su espíritu.
Guillermo Meza.
Reside en Puerto Esperanza, Misiones.
Egresado de la Carrera Secretariado Ejecutivo Universitario de la FCE/ UNaM, Sede ITEC , Puerto Iguazú.
Aficionado a la lectura y a la literatura.